Alcohol y Consciencia

Michael Brown: Being our companion

Cuando leí este capítulo de Michael Brown sobre el alcohol y por qué lo bebemos, me enfadé un montón y me pareció un majadero. De todas formas, probé a ver qué pasaba si no bebía en las fiestas de mi pueblo en las que de broma se dice "más vale borracho conocido que alcohólico anónimo". Lo probé y vi que el Michael Brown no era tan tonto... la cosa es que desde entonces apenas bebo. 

Se esté de acuerdo con Michael Brown o no, en todo caso, es interesante revisitar algunas "normalidades" de nuestra vida.

Puedes descargar todo el libro de manera gratuita en la web de Michael Brown:

Todo el libro merece la pena, pero este capítulo especialmente. Así que incluyo la traducción (seguro que tiene fallos) y os envío también el original en inglés.  

 

De Michael Brown oirás hablar mucho en esta página. Para mí ha sido una gran maestro y he disfrutado muchísimo con su generosa producción. En el apartado sobre el Proceso de la Presencia encontrarás más sobre este sabio.

 

Traducción del inglés al español (no profesional)

21. ¿Qué sucede cuando se descubre que desde que entró en este proceso no podemos tolerar alcohol en nuestro cuerpo, incluso en pequeñas dosis?

 

A medida que avance el Proceso de la Presencia, podemos descubrir una intolerancia creciente al alcohol que es también una consecuencia natural al recuperar nuestra presencia física, nuestra claridad mental y el equilibrio emocional. Esto se debe al hecho de que a través de la percepción integrada saboreamos nuestras experiencias tal como son, y no como nuestra mente está condicionada a percibirlas. ¿Por qué bebemos alcohol?

 

¿Con objetivos nutricionales?

 

¿Debido a que es la única manera que conocemos para relajarnos y experimentar la diversión?

 

¿Debido a que seda nuestra ansiedad?

 

¿Debido a que su sabor es bueno?

 

¿Porque esto es lo que el mundo hace para celebrar?

 

¿Porque esto es lo que necesitamos para soltarnos?

 

¿Debido a que esta es la forma en que evitamos los bloqueos emocionales que nos impiden sentirnos relajados en medio de situaciones extrañas?

 

¿Debido a que estamos condicionados desde la infancia a aceptar este comportamiento como socialmente normal, y en ciertas circunstancias, necesario?

 

¿Cuántos de nosotros bebemos alcohol en ciertas situaciones porque tenemos miedo de que si no lo hacemos los demás nos perciben como "aguafiestas"? ¿Cuántos de nosotros bebemos alcohol en ciertas situaciones porque tenemos miedo de lo que los demás se sientan incómodos, o porque en el mundo de los negocios "así es como se hacen las cosas"? ¿Cuántos de nosotros nos detenemos por un momento y nos preguntamos por qué pondríamos una sustancia como ésta en nuestra boca?

 

Cualquier cosa, incluso si nos perjudica, es clasificada como buena por parte de la mente cuando lo hacemos a menudo. Esto se debe a que la mente identifica lo que es bueno a través de la familiaridad y la repetición. Existen un montón de otras bebidas en este planeta que tienen un sabor delicioso, así que no bebemos alcohol por su sabor, sino que adquirimos el gusto por ella. Al igual que nuestro primer cigarrillo nos desagradó, durante tu introducción al alcohol lo más probable frunciste el ceño, ya que no tenía, inicialmente, un sabor que agradara a nuestro paladar. Pero perseveramos por el ejemplo que nos daban nuestros padres, familiares, amigos, debido a la presión social percibida y porque queríamos ser mayores.

 

Para los niños de este mundo, ser un adulto se percibe como tener permiso para sentarse en público en medio de amigos con una copa en una mano y un cigarrillo en la otra. Nuestra familia y los medios de comunicación nos convencen con su ejemplo de que es un rito de paso a la edad adulta. Así que el hecho de que el alcohol sepa como la gasolina no nos detiene, ya que queremos más que nada en el mundo ser un adulto porque percibimos esto como una puerta a la libertad personal. Mediante la repetición el sabor de las distintas bebidas alcohólicas no sólo se convierte en familiar, y por lo tanto se define por la mente como bueno, sino que el ritual de beber en sociedad también se llega a asociar con un estado aceptable de sedación que nos permite camuflar nuestro auténtico estado emocional.

 

Mucha gente cree implícitamente que el alcohol nos relaja, nos permite la eliminación de los bordes difíciles de nuestra rutina diaria, y que por un momento nos libera del ego mediante la eliminación de la timidez, lo que nos permite romper el hielo en circunstancias incómodas, nos anima a acercarnos a gente que no conocemos y nos permite estar y disfrutar con personas cuya compañía no nos es agradable, lo que nos permite sonreír y aguantar circunstancias que nos serían desagradables o incómodas si estuviéramos sobrios.

 

¿Cómo puede una sustancia que nos permite comportarnos falsamente liberarnos del ego?

 

Este es un buen ejemplo de la lógica de la ebriedad. En lugar de ayudarnos a crecer, el consumo de alcohol genera una sociedad emocionalmente inmadura.

 

El tema de llegar a apreciar el alcohol es el mejor ejemplo del poder del condicionamiento social, ya que aquello que nos pareció repulsivo al probarlo por primera vez y nos hizo sentir a menudo desorientados y enfermos, es redefinido por la mente como algo placentero, como una fuente de comodidad. Si pasáramos una noche con alguien, y al despertar por la mañana descubriéramos que nos ha golpeado en la cara, es poco probable que nos sintiéramos atraídos por su compañía de nuevo. Sin embargo, la resaca se olvida en el momento en que se abre la botella, lo que muestra el poder del condicionamiento y el pensamiento selectivo. Una vez que experimentamos el alcohol como placentero, la única experiencia que puede deshacer este estado de hipnosis colectiva es entrar en la conciencia del momento presente a través de la presencia física, la claridad mental y el equilibrio emocional.

 

Como especie, utilizamos un sinfín de excusas para justificar por qué bebemos y nos drogamos a nosotros mismos diariamente con alcohol. Usamos nuestro pensamiento selectivo y de manera inteligente y conveniente legitimamos el uso del alcohol y lo separamos de las llamadas sustancias adictivas. Entonces, despreciamos a esas sustancias, llamándolas drogas ilegales y a sus usuarios, adictos. De esta manera estamos en condiciones de esquivar el tema de nuestra adicción masiva al alcohol. También hacemos todo lo posible para dignificar su uso; creamos hermosas fincas vitivinícolas y etiquetas de diseños elegantes para adornar los recipientes en los que lo embotellamos. Subliminalmente equiparamos esta droga con la calidad, el progreso y la excelencia, mediante la fabricación de marcas exclusivas sólo asequibles para los más exitosos de nuestra especie. A través de los medios de comunicación, del cine, televisión y prensa inventamos todo un estilo de vida alrededor de su consumo, y apoyamos esta ilusión tan sofisticada con publicidad  nada realista. Todo esto es la mentira que nos decimos para legitimar nuestra adicción.

 

La única razón por la que bebemos alcohol es porque altera nuestra experiencia de una manera que aumenta temporalmente el sentido del placer.

 

Debido a nuestra impotencia emocional, y a que, naturalmente, no podemos acceder a nuestro auténtico estado de alegría, o podemos expresar de forma espontánea nuestro agradecimiento por estar vivos, también asociamos muy inteligentemente el consumo de alcohol con la celebración; ahora esta droga es un ingrediente necesario para bendecir nuestros momentos de plenitud. Es un medio para brindar por las cosas buenas de la vida. Ahora parece normal y necesario socialmente que cuando sucede algo maravilloso, abramos el champagne, o de lo contrario no es una celebración! Lo utilizamos para brindar por las cosas buenas de la vida.

 

Sin embargo, ¿cuáles son las cosas buenas de la vida que surgen del consumo de alcohol? Para percibirlas es necesario apartar el velo de la idílica isla desierta en la que un grupo cuidadosamente seleccionado de hermosas modelos con proporciones perfectas, brindan por sus vacaciones en los anuncios. Esta imagen fabricada no muestra en absoluto las verdaderas consecuencias del consumo de alcohol, es una mentira. Más bien lo contrario, ya que los frutos de la vid son devastadores sobre la condición humana.

 

Imagine a un miembro de nuestra comunidad, cuya reputación es una paradoja. Por un lado, todo el mundo habla de él con admiración y agradecimiento, porque está presente durante las celebraciones, cumpleaños, momentos de éxito personal y social, y a su vez, se permite con toda tranquilidad manchar y molestar durante las reuniones sociales. Su presencia es considerada como el gran rompehielos. Naturalmente, disfrutamos de la compañía de una persona como ésta y nos alegramos de su participación en nuestras reuniones. Sin embargo, ¿qué pasa si la presencia de este mismo individuo es también un catalizador para la continua tragedia, la muerte, la destrucción y la distorsión perversa de la conducta humana? ¿Qué pasa si su presencia en nuestra comunidad es un catalizador para los fallos de riñón, la muerte de adolescentes en accidentes automovilísticos, el síndrome de alcoholismo fetal, esposas y niños golpeados, hogares deshechos, decisiones empresariales y políticas irresponsables, surgimiento de delincuencia, niños víctimas de abusos sexuales, violaciones violentas , peleas en bares y comunidades enteras sedadas hasta el punto de que ser incapaces de ir más allá de la tristeza de su situación de pobreza y desesperación? ¿Seguimos dando la bienvenida a este individuo entre nosotros, sólo porque tienen el don de romper el hielo? ¿Permitimos que resida en nuestro barrio? ¿Gastamos miles de millones cada año en su promoción en el mundo? No, por supuesto que no. Sin embargo, es lo que hacemos. Una vez más, es el pensamiento selectivo de la mente el que nos permite justificar la presencia de este espíritu destructivo entre nosotros. ¿Por qué? Debido a que la mente nos dice que la sombra destructiva emitida por su presencia no nos va a alcanzar. Si bebemos alcohol que ya lo ha hecho.

 

Más allá del glamour fabricado y que asociamos a esta sustancia que altera la mente, no hay manera de camuflar los frutos amargos de esta bebida religiosa. Sí, el alcohol es su propia religión.

 

El alcohol es un dios en este mundo y su espíritu es adorado por más de nosotros que todas las demás religiones juntas. Incluso algunas de nuestras religiones lo adoran como una bendición.

 

Templos del alcohol hay en cada pueblo y en cada esquina de la ciudad, donde los fieles se reúnen con entusiasmo a participar de esta comunión intoxicante. Sus sacerdotes diligentes están detrás de sus altares y, por un precio, ofrecen su bendición con un líquido que temporalmente nos salva de nuestros problemas e inseguridades por ahogamiento de nuestros dolores. Nosotros construimos altares en nuestras casas, habitaciones dedicadas a su presencia, creando espacios de homenaje a él en antiguos armarios y sótanos subterráneos. Por las noches y los fines de semana nos reunimos, una congregación obediente, a menudo alrededor de hogueras y sobre sacrificios de animales, para alterarnos a nosotros mismos en nombre de este espíritu. Este dios va de la mano con el consumo de carne, para cada tipo de carne hay un sabor que mezclado logra apagar el paladar y sedar los sentidos para que la autenticidad y el verdadero horror de la experiencia, no puede ser conocida.

 

A menos que estemos dispuestos a profundizar en nuestro propio comportamiento en torno a esta sustancia, no podemos percibir todo esto tal como es. Mientras que nuestro conocimiento del cuerpo emocional esté cerrado, las consecuencias de la adoración de este espíritu permanecerán ocultas a la congregación. A causa de nuestras propias debilidades, miramos hacia otro lado cuando esta presencia sacrifica la experiencia de la vida de otro. Mientras seamos propensos a la celebración con un vaso de alcohol en la mano, no nos podemos admitir a nosotros mismos que no hay nada vagamente auténtico o constructivo que salga de la botella.

 

Sólo cuando acumulamos la conciencia del momento presente y despertamos la conciencia del cuerpo emocional es que experimentamos el coraje y la habilidad de mirar profundamente nuestra propia relación con el poseedor. Entonces nos damos cuenta de que bebemos debido a la incomodidad profundamente reprimida en nuestro cuerpo emocional, debido al trauma energético de haber nacido como un ser incondicional en un mundo condicionado. Nosotros percibimos y aceptamos que nos auto-medicamos con la ilusión de que esto nos ayuda a sentirnos mejor. También percibimos que todo el consumo de alcohol lleva a evitar que se sintamos nada que sea auténtico.

 

Cuando nos damos cuenta de que operamos en un paradigma basado en el tiempo, es obvio que la sociedad no nos pueda ayudar a sentirnos mejor, sino que sólo nos puede ofrecer la oportunidad de auto-medicarnos. En consecuencia, millones de nosotros en este planeta vivimos vidas de silenciosa desesperación. A pesar de que esta práctica de auto-medicación gradualmente destruye nuestra experiencia de vida en pedazos, seguimos aferrándonos a ella. Este es el hechizo del alcohol: nos transforma para que nos convirtamos en demonios hacia afuera en lugar de enfrentarnos a los demonios que nos atormentan a nosotros interiormente. Cada uno de nosotros que bebe alcohol está en esta situación hasta cierto punto, y por lo tanto da un paso atrás y, en silencio, es testigo de la auto-destrucción que dejó a su paso. Nosotros no decimos nada al respecto, mientras que bebemos. En su lugar se lo ofrecemos a los demás, reunimos a compañeros de bebida para justificar nuestra propia lealtad a él. Con preocupación creíble en nuestras voces decimos: "No bebas demasiado", o "No bebas si conduces", o "No bebas hasta que tengas 18 años". O bien, el más paradójico de todos, "Siempre bebe con responsabilidad".

 

A medida que se acumula conciencia del momento presente se hace evidente que la verdadera tragedia del consumo de alcohol no son los accidentes de tráfico, los hogares rotos, o las decisiones políticas y corporativas irresponsables. Estos sucesos son castillos de arena que se rompen antes de que la ola inevitable del tiempo los arrastre a la basura. Ellas, nuestras experiencias externas de vida, no son reales en el sentido estricto de la palabra, sino que son una proyección de cine. La única cosa que es real para nosotros mientras estamos interactuando con este mundo es nuestra experiencia y la conciencia del momento presente. Es sólo en el momento presente, no mañana o ayer, que podemos tocar lo que es la vida. Al acumular la conciencia del momento presente nos damos cuenta y apreciamos lo precioso de la oportunidad de estar presente. Esta toma de conciencia revela la verdadera tragedia del consumo de alcohol:

 

Cuando bebemos alcohol estamos diciendo, "Yo no acepto el estado de conciencia que estoy experimentando ahora. Por lo tanto, opto por modificarlo". O, "Yo no elijo estar aquí, ahora, en esta experiencia particular. Yo prefiero que este momento sea diferente".

 

Seamos honestos con nosotros mismos: El propósito detrás de todo el consumo de alcohol es alterar nuestra experiencia. Aducir que bebemos porque apreciamos el sabor, o que un vaso de vino con las comidas es bueno para el corazón, es la más débil de las excusas para esconderse. En el contexto de la conciencia del momento presente, el consumo de alcohol es el acto de esconderse. ¿Somos lo suficientemente valientes como para salir de nuestro escondite y admitirnos esto a nosotros mismos?

 

Es imposible entrar en una experiencia auténtica de lo que es la vida, a menos que logremos el 100% de presencia. Es imposible consumir alcohol y permanecer presentes. A medida que estamos más sedientos de conciencia del momento presente uno de los frutos de la divinidad es que ya no toleramos nada en nuestro cuerpo que físicamente, mentalmente o emocionalmente haga que nuestra conciencia entre en la inautenticidad. Cada vez que permitimos que esta sustancia entre en nuestro cuerpo, nos negamos a nosotros mismos la oportunidad de experimentar la autenticidad. Es así de simple. Si es nuestra intención beber el elixir de El Cáliz de la vida, en algún momento de nuestro viaje se hace necesario vaciar este cáliz exterior del Placer.

 

La sobriedad es esencial para el cultivo de nuestro viñedo de autenticidad.

 

Si pensamos que vivir sin beber es aburrido, es porque todavía no nos hemos dado a nosotros mismos la oportunidad de experimentar la alegría natural y espontánea de estar vivos. Al igual que con el tema de abstenerse de comer carne, esto no es un asunto de correcto versus incorrecto, o bueno versus malo. Es una cuestión de elección y consecuencia. Se trata de la naturaleza de nuestra intención y las medidas que debemos adoptar para mantener la integridad de este intento. Si, debido a nuestra intención de cultivar la conciencia del momento presente, decidimos ya no beber alcohol, que así sea. Esta transformación en nuestro comportamiento viene como una bendición desde dentro y nos imbuye con una mayor experiencia de la presencia física, la claridad mental y el equilibrio emocional.

 

Además, cuando no beber alcohol en medio de otros que sí lo hacen ya no es un problema para nosotros, el mundo ya no cuestiona nuestra opción en este asunto. Al mundo no le importa ningún camino, ya que por el momento, hay suficientes de nosotros  que hacen reverencias y rinden fielmente homenaje al espíritu en la botella.

 

Original en inglés

 21. What is happening when we discover that  since entering this Process we are unable to  tolerate alcoholin our body, even in small doses?  

As we move through The Presence Process, we may discover an increasing intolerance for alcohol is also a natural consequence of our regaining physical presence, mental clarity, and emotional balance. This is because through integrated perception we taste our experiences as they are, and not as our mind is conditioned to perceive them. Why do we drink alcohol 

  • For nutritional purposes?

 

  • Because it is the only way we know how to relax and experience fun?

 

  • Because it sedates our anxiety?

 

  • Because it tastes good?

 

  • Because this is what the world does to celebrate?

 

  • Because this is what is required to loosen us up?

 

  • Because this is the way we bypass the emotional roadblocks preventing us from feeling relaxed amidst strangeness?

 

  • Because we are conditioned since childhood to accept this behavior as socially normal, and in certain circumstances, necessary?

 

      How many of us drink alcohol in certain situations because we are afraid that if we do not others perceive us as “party-poopers”? How many of us drinkalcohol in certain situations because we are afraid of making others feel uncomfortable, or because in the business world “this is how things are done”? How many of us stop for a moment and question why we would put a substance like this into our mouth?

 

      Anything, even if it harms us, is classified as good by the mind when we do it often enough. This is because the mind identifies what is good through familiarity and repetition. Plenty of other beverages exist on this planet that taste delicious, so we do not drink alcohol for the taste of it; we acquire a taste for it.  Like the unpleasantness of our first cigarette, our introduction to alcohol was most likely one in which we skewed up our face because it did not initially please our palate. But we persevered because of the example set for us by our parents, family, friends, because of perceived peer pressure, and because we wanted to be grown up.

      To the children of this world, being an adult is perceived as being allowed to sit in public amidst friends with a drink in one hand and a cigarette in another. Our family and the media convince by their example that this is a rite of passage into adulthood. So the fact that alcohol tastes like gasoline does not deter us; we want more than anything to be adult because we perceive this as a doorway to personal freedom. Through repetition the taste of the various alcoholic beverages not only becomes familiar, and hence defined by the mind as good, but the ritual of social drinking also becomes associated with an acceptable sedated state that enables us to camouflage our authentic emotional condition.

      Many now implicitly believe alcohol loosens us up by removing the challenging edges of our daily grind, that it momentarily liberates us from the ego by removing our shyness, enabling us to break the ice in uncomfortable circumstances, warming us up to others whom we do not know or enjoy being with, enabling us to grin and bear circumstances that are unpleasant or uncomfortable when sober.  

How does a substance enabling us to behave falsely liberate us from the ego? 

      This is a prime example of drunken logic. Instead of helping us to grow up, alcohol use breeds an emotionally immature society.

      Alcohol appreciation is the ultimate example of the power of societal conditioning; what once tasted repulsive and caused us to feel disorientated and often ill, is redefined by the mind as pleasurable, as a source of comfort. If we spend an evening with someone, and wake up in the morning to discover that they have hit us in the face, it is unlikely that we feel drawn to their company again. Yet the hangover is forgotten the moment the bottle is opened; this is the power of conditioning and selective thinking.  Once we experience alcohol as pleasurable, the only experience that can undo this state of mass hypnosis is entering present moment awareness through physical presence, mental clarity, and emotional balance. 

      As a species we conjure up endless excuses to justify why we drink and drug ourselves daily with alcohol. Using our selective thinking mind, we cleverly and conveniently legitimise alcohol use and conveniently separate it from other so-called addictive substances. We then look down upon those substances, calling them illegal drugs and their users, addicts. In this way we are able to side-step the issue of our mass addiction to alcohol. We also do everything in our power to dignify its use; we create beautiful wine farms and design elegant labels to adorn the ornate containers we bottle it in. We subliminally equate this drug with quality, progress, and excellence, by manufacturing exclusive brands affordable by the most successful of our species. Through film, television, and print media we concoct an entire lifestyle around its consumption, and support this sophisticated illusion with unrealistic advertising. This is all a lie that we tell ourselves to legitimise our addiction. 

We only reason we drink alcohol is because it alters our experience in a way that temporarily increases our sense of pleasure. 

      Because of our emotional impotents, because we cannot naturally access our authentic state of joy, or spontaneously express our appreciation for being alive, we also cleverly associate alcohol use with celebration; this drug is now a necessary ingredient to bless our moments of accomplishment. It is a means to toast the good things in life. It now appears normal and socially necessary that when something wonderful happens, we bring out the champagne, or else it is not a celebration! We use it to toast the good things in life.

      Yet, what are the good things in life that arise from alcohol use? To perceive what these are requires lifting the veil off the idyllic desert island upon which the carefully chosen group of perfectly proportioned, gorgeous models toast their vacation in commercials. This manufactured image is not at all the consequence of drinking, it is a lie. More than not, the fruits of the vine are devastating on the human condition.

      Imagine a member of our community whose reputation is a paradox. On the one hand everyone speaks of them acceptably, with admiration and appreciation, because they are present during celebrations, birthdays, moments of personal and societal accomplishment, and do, with ease, oil any discomfort during social gatherings. Their presence is regarded as the great ice-breaker. Naturally, we enjoy the company of an individual like this and are glad of their participation at our gatherings. However, what if the presence of this same individual is also a catalyst for continual tragedy, for death, destruction, and the depraved distortion of human behavior? What if the presence of their spirit in our community is a catalyst for failing kidneys, teenagers killed in car wrecks, Foetal Alcohol Syndrome, beaten wives and children, broken homes, irresponsible business and political decisions, crime sprees, sexually abused children, violent rapes, bar fights, and entire communities sedating themselves to the point that they are unable to move beyond the sorrow of their poverty and despair? Do we still welcome this individual into our midst just because they have a knack of breaking the ice? Do we allow them to reside in our neighbourhood? Do we spend billions every year promoting them to the world? No, of course we do not. Yet we do. Again, it is the selectivity of the thinking mind that enables us to justify the presence of this destructive spirit in our midst. Why? Because the thinking mind tells us that the destructive shadow cast by its presence will not touch us. If we drink alcohol it already has.

      Beyond the manufactured glamour associated with this mind-altering substance, there is no way to camouflage the bitter fruits of this religious beverage. Yes, alcohol is its own religion.  

Alcohol is a god in this world and its spirit is worshipped by more of us than all the other religions put together. Even some of our religions worship it as a blessing. 

      Alcohol’s temples are in every small town and on every city corner, where its worshippers gather eagerly to partake of this intoxicating communion. Its diligent priests stand behind their altars and, for a fee, decant a liquid benediction that temporarily saves us from our woes and insecurities by drowning our sorrows. We build altars to it in our homes, dedicating rooms to its presence, creating places of homage to it in antique cupboards and basement cellars. In the evenings and on weekends we gather together, an obedient congregation, often around fires and over animal sacrifice, to alter ourselves in the name of this spirit. This god goes hand in hand with flesh-eating; for each type of meat there is a flavour of spirit blended to douse the palate and sedate the senses so the authenticity, and the true horror of the experience, cannot be known.

      Unless we are prepared to look deeply into our own behavior around this substance, we cannot perceive all of this as it is. While our emotional body awareness is shut down, the consequences of the worship of this spirit remains hidden to the congregation. Because of our own weaknesses, we look the other way when this presence sacrifices the life experience of another. While we are prone to holding a glass of alcohol in our hand, we cannot admit to ourselves that there is nothing authentic or vaguely constructive that comes out of the bottle.

      It is only when we accumulate present moment awareness and reawaken emotional body awareness that we experience the courage and ability to see deeply into our own relationship with this possessor. Then we realize we drink because of the deeply suppressed discomfort in our emotional body, because of the energetic trauma caused by being an unconditional being born into a conditional world. We perceive and accept that we are self-medicating under the illusion that this assists us to feel better. We also perceive that all drinking alcohol accomplishes is to prevent us from feeling anything authentic at all.

      When we awaken ourselves from operating in a time-based paradigm, it is obvious that society cannot assist us to feel better; it can only offer us the opportunity to self-medicate. Consequently, millions of us on this planet live lives of quiet desperation. Even though this self-medication practice gradually shatters our life experience into jagged splinters, we continue to hold onto it. This is the spell of alcohol: It transforms us into becoming demons outwardly instead of facing the demons haunting us inwardly. Every one of us who drink alcohol is in this predicament to some extent, and therefore we stand back and silently witness the self-destruction left in its wake. We say nothing about it while we drink it. Instead we offer it to others, gathering drinking companions to justify our own allegiance to it. With believable concern in our voices we say, “Do not drink too much”, or “Do not drink and drive”, or “Do not drink until you’re 18”. Or, the most paradoxical of all, “Always drink responsibly”. 

      As we accumulate present moment awareness it becomes obvious the real tragedy of alcohol use is not the car accidents, the broken homes, or the reckless political and corporate decisions. These occurrences are sandcastles being broken before the inevitable wave of time washes them away. They, our outer life experiences, are not real in the true sense of the word; they are a passing show. The only thing that is real for us while we are interacting with this world is our experience and awareness of the present moment. It is only in the present moment, not tomorrow or yesterday, that we can touch what Life is. When we accumulate present moment awareness we realize and appreciate how precious the opportunity to be present is. This realization reveals the real tragedy of alcohol use:  

When we drink alcohol we are saying, “I do not accept the state of awareness I am now experiencing. I therefore choose to alter it”. Or, “I do not choose to be here, now, in this particular experience. I prefer this moment be different”. 

      Let us be honest with ourselves: The purpose behind all alcohol consumption is to alter our experience. To claim we drink because we appreciate the taste, or that a glass of wine with our meals is good for our heart, are the weakest of excuses to hide behind. In the context of present moment awareness,alcohol consumption is the act of hiding. Are we brave enough to come out of hiding and admit this to ourselves?

      It is impossible to enter an authentic experience of what Life is unless we achieve 100% presence. It is impossible to consume alcohol and remain present. As we become thirsty for present moment awareness one of the fruits of di-vine is we no longer tolerate anything in our body that physically, mentally, or emotionally causes our awareness to enter inauthenticity. Every time we allow this substance into our body we deny ourselves the opportunity to experience authenticity. It is that simple. If it is our intent to drink the elixir from The Chalice of Life, at some point on our journey it becomes necessary to empty out this outer Goblet of Pleasure.  

Sobriety is essential when cultivating our vineyard of authenticity. 

      If we think living without drinking is boring, it is because we have not yet given ourselves an opportunity to experience the natural and spontaneous joy of being alive. Like abstaining from flesh-eating, this is not an issue of right or wrong, or good verses bad. It is a matter of choice and consequence. It is about the nature of our intent and the steps we are required to take to uphold the integrity of this intent. If, because of our intent to cultivate present moment awareness, we no longer choose to imbibe alcohol, so be it. This transformation in our behavior comes as a blessing from within to imbue us with a greater experience of physical presence, mental clarity, and emotional balance.

      Also, when not drinking alcohol amidst others who do is no longer an issue for us, the world no longer questions our choice in the matter. The world does not care either way, because for the time being, enough of us bowing and faithfully paying homage to the spirit in the bottle.